Había leído que a principios de Diciembre en la laguna de Pitillas, se habían documentado avistamientos de bigotudo y pájaro moscón, así es que animados por el buen tiempo después de unos días de lluvia y sobre todo por la buena compaña, en esta ocasión íbamos acompañados por Carmen y Gonzalo, compañeros de fatigas en numerosas incursiones de pajareo, decidimos dedicar una mañana a visitar la laguna.
A primera vista todo lo que podíamos observar eran numerosas fochas, azulones, frisos y una buena cantidad de ánsares y fuera de la laguna numerosas cogujadas.
Comenzamos a caminar bordeando la laguna y empezamos a ver los pájaros típicos del carrizal, mosquiteros, carriceros, algún buitrón pero a la distancia que los veíamos y protegidos por los carrizos no nos daban opción para poder sacar alguna foto decente.
Me había quedado retrasado del grupo en mi empeño de ver si podía sacar alguna foto de un buitrón que había descubierto, cuando advertí el vuelo y posado de un ave sobre una zona que bordeaba la laguna y cuya agua se encontraba helada. A primera vista como todo lo que podía identificar a simple vista era su silueta, al ver su cuerpo estilizado con su cola anormalmente levantada pensé en un posible alzacola, pero al mirar a través del visor y ver su pecho con su inconfundible babero azul, me llevé un sorpresón indescriptible.
Se trataba de un ruiseñor pechiazul, que era la primera vez que veía. así es que a pesar de la luz tan dura y las sombras producidas por los reflejos de la misma sobre el hielo, la sensación de inmensa felicidad que sentí al haber sido testigo de ese inolvidable momento, me dejo una sensación de enorme felicidad. Atrás quedaron los sentimientos de pequeña frustración por no haber podido ver ni a moscones ni a bigotudos, pero afortunadamente la naturaleza siempre ofrece recompensas en forma de sorpresas que ni habías podido imaginar hasta que suceden.